También sobre la cuestión que suscitaba mayor controversia -el carácter nacional de Galicia- había una base objetiva para el entendimiento si hubiese existido voluntad política de alcanzarlo. La propuesta que hizo el entonces presidente de la Xunta, Emilio Pérez Touriño, y que el BNG asumió tras retirar la suya, definía a Galicia en los mismos términos que lo hace la Ley de Símbolos, que mereció el respaldo unánime del Parlamento de Galicia en 1984, incluido el voto del entonces diputado autonómico Mariano Rajoy. A Feijóo nunca le resultó fácil explicar por qué rechazó una propuesta -y con ella la posibilidad de reformar el Estatuto- que su partido votó como ley en 1984 y que jamás se planteó reformar, pese a disponer de mayorías absolutas durante cuatro legislaturas.
A estas alturas, nadie duda de que lo que sucedió con el Estatuto de Galicia fue la consecuencia del clima político irrespirable que hace años envuelve a la política española. La radical confrontación desatada entre el PP y el PSOE se trasladó mecánicamente a la política gallega e hizo descarrilar el tren de la reforma estatutaria. En aquel lance quedó fehacientemente demostrado que Feijóo subordinaba de forma muy explícita los intereses de Galicia a la estrategia electoral del PP.
Anxo Guerreiro escribe sobre a necesidade dun novo Estatuto para Galiza.